Natalia camina con prisa por el pasillo de la facultad, no sabe muy bien a dónde tiene que ir, es su primer día de universidad y casi no ha dormido. Ha madrugado mucho, ha comprobado varias veces la fecha y la hora de la presentación, así como que su bolígrafo favorito y todo lo que considera necesario estuviera dentro de la mochila que ahora lleva, pero no ha desayunado, el nudo de su estómago no se lo ha permitido. Está nerviosa e insegura. Pese a contar con mucho tiempo, al final ha salido con la hora justa de casa.
Mientras recorre otro de los pasillos se da cuenta de que hay gente a su alrededor, pero ella no los oye, solo escucha los latidos de su corazón, los cuales parecen vibrar dentro de su cabeza. Decide volver, junto a la puerta principal hay un mostrador donde le pueden dar la información que necesita. Se regaña mentalmente: “siempre me pasa igual”, “nunca hago las cosas bien”, “siempre necesito pedir ayuda”.
Detrás del mostrador hay un hombre algo mayor que lee un libro, cuando Natalia se acerca él le pregunta qué necesita, sin apartar la mirada de las páginas. Natalia, al ver que el hombre no la mira, duda y comienza a pensar: “seguro que cree que soy un estorbo por molestarlo”, “cuando le pregunte que a dónde debo ir pensará que soy una idiota por no saberlo”, “es que debería saberlo y no hacerle estas preguntas”. Empiezan a sudarle las manos. El hombre la mira, sonríe amablemente y espera su respuesta, ella se agobia y habla rápido, trabándose y tartamudeando un poco. Sus pensamientos vuelven a juzgarla: “que mal, ¿no podría haber hablado como una persona normal?”, “seguro que cuando me vaya se ríe de lo que acabo de hacer”, “nunca hago nada bien”, “si no consigo hacer una simple pregunta a una persona, ¿cómo voy a ser capaz de hablar delante de mis futuros compañeros de clase?”. Siente miedo de que las cosas no salgan bien hoy. Su respiración empieza a acelerarse. El hombre le responde, pero ella no alcanza a escucharlo, sus pensamientos ocupan toda su atención, mientras nota como le comienzan a temblar las manos.
Natalia siente que la situación de comenzar la universidad le supera y que cada uno de los inconvenientes del día de hoy le demuestran que no es capaz de afrontarla. Sin decirle nada al hombre, se da media vuelta y sale de la facultad, buscando la parada del autobús que la llevará a casa y le permitirá evitar afrontar el primer día de clase.
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¿Alguna vez has sentido algo parecido a lo que sintió Natalia? Los pensamientos negativos de desvaloración, el pulso acelerado y la sudoración, así como la huida o la evitación son solo algunas de las características que pueden formar parte del gran entramado que es la ansiedad.
Profundizar en la ansiedad y en todo lo que la rodea es un tema complejo y no es el objetivo de esta entrada, mi única intención es dejarte unas pinceladas que puedan acercarte a comprender esta condición.
¿Sabes qué es la ansiedad?
La ansiedad es un estado mental que experimentamos ante situaciones en las que nos sentimos amenazados por un peligro que puede ser externo o interno. A pesar del malestar que genera, la ansiedad no siempre es “mala”; en la medida adecuada y ante los estímulos correctos, la activación que provoca en nuestro organismo puede permitir una reacción beneficiosa. Se convierte en un problema cuando aparece repetidamente y de manera desproporcionada ante situaciones que no corresponden a una amenaza real.
Además, a veces puede interferir con nuestras actividades diarias, puede ser difícil de gestionar y puede mantenerse en el tiempo. En ocasiones, podemos acabar evitando ciertos lugares o situaciones para prevenir el malestar que genera la ansiedad.
¿Cómo se manifiesta la ansiedad?
Desde una perspectiva cognitivo conductual, la ansiedad tiene tres ámbitos fundamentales que interaccionan entre sí: el cognitivo, el emocional y el conductual, además de los síntomas físicos. Ante una situación que percibimos como amenazante se activan estos tres componentes, los cuales se retroalimentan.
Dentro de lo cognitivo tenemos los pensamientos, los cuales tienden a ser negativos, valorando la situación con ese tinte oscuro, distorsionando la realidad. En lo emocional, encontramos emociones que nos resultan desagradables como pueden ser el miedo, la incertidumbre o la inseguridad, surgiendo además síntomas físicos como el pulso acelerado o la sudoración, respuestas que preparan a nuestro cuerpo para el ataque o la huida, y que pueden ser nuestro principal motor para conductas como el escape de la situación.
Si bien la ansiedad incluye una serie de manifestaciones habituales, no siempre se presentan de la misma forma ni con la misma intensidad en cada uno de nosotros. A veces, podemos percibir con mayor claridad los pensamientos, otras veces las emociones o los síntomas físicos.
¿Cuáles son las causas de la ansiedad?
La ansiedad está a la orden del día, vivimos en un contexto demandante, en el que las exigencias del día a día nos pueden llevar a límites desagradables. Otras veces puede tener su raíz en la educación que hemos recibido o en el ambiente en el que hemos crecido el que, de una manera u otra, ha ido alimentando la vocecilla que ahora nos habla con dureza y de manera demandante. Además, la ansiedad tiene un componente genético, de manera que podemos presentar cierta predisposición a padecer este trastorno.
Ciertas situaciones, como acontecimientos estresantes o traumáticos, dificultades en las relaciones interpersonales, enfermedades físicas o problemas laborales, pueden precipitar la aparición de este trastorno. Si no tenemos las herramientas oportunas para afrontarlo, la indefensión que sentimos puede provocar el mantenimiento del mismo.
¿Cuál es el tratamiento de la ansiedad?
Desde la perspectiva cognitivo conductual, abordamos los tres componentes que influyen en la aparición y mantenimiento de la ansiedad: la cognición, la emoción y la conducta. Puesto que cada individuo tiene una manifestación única de la ansiedad, es preciso valorar cada uno de estos ámbitos, ofreciendo un tratamiento adaptado.
Conocer los pensamientos distorsionados que acompañan el inicio de la ansiedad nos permitirá conocer las creencias que la sustentan, de manera que podremos debatir y cambiar este pensamiento por uno que sea más ajustado a la realidad que estamos viviendo.
También será preciso conocer las emociones que suelen surgir, explorar y conocer por qué aparecen y aprender a gestionarlas para que no “tomen el control” en las situaciones de ansiedad. Las respiraciones y otras técnicas de relajación nos ayudarán a volver a la calma, a mandar este mensaje de tranquilidad a nuestro cuerpo a través de la desactivación fisiológica.
Por último, aunque se trabajará de manera paralela a lo anterior, es necesario sustituir conductas como la evitación o el escape por otras que nos permitan revalorar la peligrosidad real de la situación a la que nos estamos exponiendo.
Abordar estos tres aspectos de manera integrada nos permitirá gestionar la ansiedad de una manera adecuada.
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Seguro que has sentido ansiedad en algún momento de tu vida, puede ser algo normal en momentos puntuales, pero, ¿sientes que la ansiedad te ha impedido hacer cosas que te habría gustado? ¿Te has sentido bloqueado e incapaz de abordar algunas situaciones? ¿Has sentido que ella tomaba el control de tu vida? Si es así, la terapia puede ayudarte.