Víctor acaba de llegar a casa después de un día complicado de trabajo, ha tenido un desacuerdo con su compañero y ha cometido un error con un cliente. El enfado, la frustración, la tristeza y el miedo que ha ido sintiendo durante la jornada de trabajo se han acabado convirtiendo en un nudo en el estómago que ahora solo quiere hacer desaparecer.
Justo antes de llegar, ha parado en el súper de debajo de casa, ha comprado una bandeja grande de dulces de crema y varios bollos de chocolate. En el ascensor se ha comido la mitad de los dulces de la bandeja y, antes de quitarse el abrigo, la otra. Come de manera rápida y sin control, pero la calma y satisfacción que le inundan desde el primer bocado le lleva a continuar, ahora con los bollos. Su estómago está lleno, pero siente que podría seguir comiendo, no siente saciedad. Cuando termina, se sienta en el sofá y pone la tele.
Al rato, Víctor comienza a sentirse culpable, ha comido demasiado, ahora siente pesado el estómago y sabe que no debería comer de esa manera, el médico se lo ha dicho. Empieza a culparse y, de nuevo, a sentir tristeza, enfado y frustración. Se remueve en el sofá, a pesar de todo, ahora mismo solo puede pensar en comer algo más. Se levanta y mira si hay algo de comida en la despensa. “Aunque solo sea un trocito pequeño de chocolate”, piensa para acallar su remordimiento.
¿Qué es el “comer emocional”?
Seguro que alguna vez has escuchado esta expresión, pero, ¿sabes exactamente a qué se refiere? El comer emocional consiste en utilizar los alimentos como forma de regular nuestras emociones, en vez de como recurso para calmar el hambre. De esta manera, cuando sentimos emociones desagradables, podemos recurrir a la comida para reducirlas.
¿Cuál es la función de la comida?
La comida cumple una función fisiológica para la supervivencia; los seres vivos necesitamos comer para poder garantizar la conservación de la especie. Para que esto ocurra, el sabor de los alimentos debe producirnos placer, a la vez que eliminan el malestar que sentimos con el hambre. De esta manera, comer es un “mecanismo de recompensa” natural, pues obtenemos placer, satisfacción, calma, bienestar y consuelo.
Hasta aquí todo bien, el problema ocurre cuando buscamos esta satisfacción natural que nos ofrece la comida fuera de la necesidad de alimentarnos, sino que lo hacemos como una manera de eliminar o calmar nuestras emociones desagradables.
¿Por qué se da (y mantiene) esta conducta?
Podemos explicar esta conducta a través del círculo del comer emocional. Un estímulo inicial que nos provoca malestar emocional activa la conducta de comer, no por la necesidad de satisfacer el hambre, sino como forma de resolver esa emoción desagradable, y nos lleva a comer de manera descontrolada, impulsiva e inadecuada, normalmente alimentos de gran carga calórica. Esto genera una recompensa inmediata y temporal, que se convertirá en un intenso malestar por no sentirnos capaces de regular ni controlar la situación y nos provocará emociones como la culpabilidad, la tristeza o la ansiedad, entre otras. De nuevo, recurriremos a la comida, puesto que es el único recurso que conocemos para sentir esta sensación instantánea de control de las emociones y de conseguir satisfacción.
–> Estímulo que causa malestar emocional –> Conducta de comer –> Bienestar, recompensa inmediata –> Malestar emocional por nuestra conducta –> Repetición del círculo.
¿Qué nos puede llevar al comer emocional?
Hay diferentes situaciones que nos pueden llevar a utilizar esta conducta, una de ellas es cuando confundimos las emociones desagradables o agradables con la sensación de hambre, de manera que damos la respuesta natural de comer ante las emociones y no ante la necesidad de comer. También presentar ciertas características como escasa tolerancia al malestar emocional o la impulsividad, nos puede llevar a comenzar y no parar este círculo del que hemos hablado antes. Por último, hacer un afrontamiento inadecuado para resolver problemas o manejar emociones, usando la comida como distracción o alivio.
La comida se convierte en una “vía rápida” para ofrecernos placer y disminuir malestares vitales, consolidando el comer emocional como un hábito que funciona de manera independiente al hambre.
¿Qué podemos hacer para frenar el círculo?
En primer lugar, debemos ser conscientes de cómo comemos y por qué, diferenciar el “hambre física” del “hambre emocional”.
Una vez que determinemos que comemos de manera emocional, debemos ser conscientes de que es una señal que nos indica que algo no está bien, es una alarma que nos indica que debemos explorar qué nos está causando malestar.
En este momento, debemos identificar nuestras emociones y aprender a gestionarlas adecuadamente, a la vez que controlamos el impulso de comer y lo demoramos hasta el momento en el que es adecuado hacerlo. De manera paralela, también debemos identificar y aprender a manejar aquellos estresores del día a día, así como enfrentar y resolver los problemas que nos surjan.
Otro aspecto fundamental será buscar otro tipo de actividades adecuadas que nos provoquen placer y no estén relacionadas con la comida.
¿Y tú? ¿Has utilizado alguna vez la comida para regular tus emociones?